Los problemas climáticos han sido el tema principal en las discusiones sobre el futuro de las ciudades, pero ciertamente no son nuevos. La alerta sobre la irreversibilidad de las acciones humanas en el planeta ha estado presente en el discurso científico desde, al menos, la década de 1980. Frente a las urgentes necesidades ambientales cada vez más frecuentes, Donna Haraway, en el libro Staying with the trouble: Making kin in the Chthulucene, sugiere un cambio de actitud por parte de los seres humanos para garantizar no solo una recuperación ambiental (aunque parcial), sino también la supervivencia de la especie.
La autora utiliza el término Chthuluceno para defender no solo una nueva época, sino también una postura que implica lo que ella llama pensamiento tentacular y sympoiesis - la construcción sincrónica de la realidad. La palabra cthulhu proviene del griego khthonios, que significa "que proviene de la tierra" y, para Haraway, se abre tanto a la imaginación como al estudio que permite la comprensión del mundo.
Para la autora, la época del Chthuluceno toma prestado el nombre de una especie de araña -Pimoa cthulhu- para tejer relaciones e historias entre especies. La muerte y la destrucción están presentes, sin embargo, el Chthuluceno posibilita el intercambio, los nodos, las entrelazamientos y un alcance cada vez mayor.
Nada está conectado con todo; todo está conectado con algo. [1]
Teniendo en cuenta la postura relacional del Chthuluceno, es posible alentar o percibir estos intercambios en los espacios de la arquitectura. Los seres sociales, los humanos, están insertos en un contexto más amplio, pero que, inicialmente, puede verse como intraespecie: nadie hace nada "solo", para que un individuo tenga autonomía existe un grupo de "otros" que participaron en la construcción de esa pequeña realidad. Es necesario recordar que la construcción de identidad se da a través del origen y la genealogía, lo que presupone una comunidad de semejantes.
La vida en conjunto siempre ha sido una cuestión a responder arquitectónicamente, en general, de manera hegemónica, siempre favoreciendo a algunos en detrimento de muchos, o disociando al individuo del todo, como si hubiera una separación posible. En el Chthuluceno, la comunidad tiene precedencia sobre el individuo. Los lazos compartidos por un grupo de personas, ya sea hereditariamente o no, fortalecen la colaboración y la ayuda mutua. En contextos habitacionales, ocupaciones, co-livings, se evidencia la constante negociación entre los habitantes y un tipo de "microclima" construido por todos. La armonía no significa uniformidad.
La colectividad implica cargas y beneficios en sus consecuencias. El Chthuluceno no es únicamente positivo. Implica intentos y errores, y una cierta cantidad de riesgo. Sin embargo, las contingencias pueden generar otras realidades, alternativas a la dominante. Los espacios habitacionales colectivos demuestran con mayor claridad el aspecto de gestión compartida y construida por sus habitantes en conjunto. Reconocer el vínculo tácito o explícito que se establece entre las personas en cualquier espacio arquitectónico -residencias, aceras, espacios públicos- es comprender el pensamiento tentacular y la amplitud de sus influencias.
El uso consciente de materiales extiende un poco más el alcance de la red de conexiones de la que los seres humanos y la arquitectura forman parte. La responsabilidad constructiva puede verse como una relación que se expande más allá de los agentes vivos -seres humanos y medio ambiente, con todos sus integrantes, incluidos los primeros citados-, e inserta a la arquitectura en el conjunto al mismo nivel que los demás, como agente inanimado pero activo. Los ejemplos cada vez más frecuentes de materiales constructivos naturales o el uso de materiales de la propia región donde se construirá el proyecto son reflejos del pensamiento tentacular aplicado a la arquitectura.
El diseño biofílico es una forma de equilibrar la tensión entre los humanos y su entorno ambiental, y los materiales sostenibles no solo requieren menos del planeta, sino que también permiten que la construcción que eventualmente sea desocupada o demolida sea absorbida ambientalmente. Es decir, retomando la arquitectura como agente activo en el Chthuluceno, es como si también pudiera morir, al igual que sus ocupantes. La construcción deja de ser eterna, y la ruina deja de ser un desecho. En su lugar, se convierten en elementos dentro de un sistema en el que otros elementos nacen, viven y mueren. La comprensión del ciclo de vida y los beneficios mutuos que impregnan las relaciones entre seres y objetos terrestres debe ser fundamental para una existencia más equilibrada entre estos mismos seres y objetos.
Las ideas que usamos para pensar en otras ideas importan. [2]
Las relaciones son el punto central del Chthuluceno, pero ésta tampoco es una idea nueva. Los pueblos indígenas han vivido estas relaciones durante siglos, y sus conocimientos enseñan otras formas de mundo. La creciente difusión de este conocimiento redefine la imagen actual del mundo y trae a la arquitectura técnicas vernaculares que pueden -y deben- ser retomadas y actualizadas para construir nuevos espacios. No se trata solo de la materia prima de la construcción, sino también de su inserción en el ambiente, y viceversa. Las formas de las aldeas y sus viviendas enseñan sobre eficiencia estructural, energética y social. Tener acceso a este conocimiento puede cambiar el campo disciplinario y mitigar el daño humano a sus conTerráneos.
Si en el Chthuluceno la realidad se construye a partir de la simultaneidad de distintas interacciones entre seres y objetos, la arquitectura es ciertamente parte de esta relación. Influye y modifica a sus ocupantes, humanos o no, mientras es influenciada y alterada por ellos. Desde una perspectiva más respetuosa y responsable, los edificios deben reflejar las relaciones intra e interespecies que los rodean. Para ello no faltarán retos y mucho menos respuestas ingeniosas y cautivadoras.
Notas:
[1] HARAWAY, Donna J. Staying with the trouble: Making kin in the Chthulucene. Durham en Londres: Duke University Press, 2016, p. 31. Traducción propia.
[2] Ibid., p. 34. Traducción propia.